jueves, 21 de abril de 2011

En el Ocaso de la vida.

A todos los Sacerdotes: Siervos por Amor.

Al atardecer, la vida camina con la misericordia de Dios; el peso de los años, solo es superado por el peso de la sabiduría.
El cuerpo es apenas arrastrado, los brazos apuntan hacia el suelo, la espalda se arquea hacia enfrente; la memoria traiciona, el pasado, ya no es posible vivir con el, el olvido es el presente.
Los pasos son lentos, muy lentos, la “máquina “de caminar ya no acelera, la baja velocidad se ha instalado, para darle paso a los recuerdos, combustible vital, para moverse y mantener la vida.
Las reflexiones son pausadas como el andar, solo los recuerdos, son veloces y son tantos que atropellan a su creador; los amaneceres, solo son expectativas, esperas felices, cuando se pueden abrir los ojos. Mientras tanto, la esperanza, se sitúa en cada minuto, de la frágil vida.
La vida toda, es un recuerdo, una vieja película en blanco y negro, un presente, de cine mudo.
Es la vida, una carga liviana, pero difícil de llevar; pesa mucho, reconocer que ya no se es el mismo, que las fuerzas y la agilidad ya no nos pertenece y se quedaron en tiempos idos.
En mi silencio y en mis oscuridades interiores, en este ahora, solo resuena en mi mente, tu mandato, con toda claridad se escucha tu voz, y mi obediencia está intacta, si mi Señor, a cada rato te escucho:



“Vayan por todo el mundo y anuncien la buena nueva”,

Me llamaste a ser tu mensajero, me entregaste un rebaño de ovejas, y no me pude resistir, me sedujiste Señor. Puse toda mi energía y juventud a tu servicio; acometí con valor, entereza y con toda mi alma la tarea que me confiaste; viví con alegría, las limitaciones que me tocó pasar, la estrechez material y las abundantes incomprensiones, no fueron nada, porque cada conversión, en el rebaño que me diste, recompensó esos ratos amargos.


Hoy enfrento la vida, teniendo presente que en este mi ocaso, hay sentimientos encontrados propios y ajenos; desde la frágil simpatía, hasta la sensación de ser una carga, ya hay muy pocos amigos y los familiares van desapareciendo, hasta volverse escasos, ya sus visitas son menos frecuentes y siempre tienen bonitas excusas. Solo se depende de Dios, razón de mi esperanza y suficiente para mi vida, soy tu testigo que me aferro y clamo junto con el Salmista:

“Pues tú eres Señor, mi esperanza y en ti he confiado desde mi juventud. En ti me apoyé desde mis primeros pasos, tú me trajiste desde el seno de mi madre, y para ti va siempre mi alabanza. Pero ahora para muchos soy un escándalo, y solo me quedas tú, mi amparo seguro. Llena de tu alabanza esta mi boca, de tú esplendor, el día entero. No me despidas ahora que soy viejo, no te alejes cuando mis fuerzas me abandonan… Oh Dios, no te alejes de mi, Dios mío, ven pronto a socorrerme.” (Sal 71, 5-9, 12)

Soy Señor, el pastor que tu llamaste, hoy un anciano sacerdote, que confía en tu misericordia, que ansía con esperanza tu promesa. Tus maravillas me fortalecen y me animan para encaminarme a tu encuentro, con la alegría y la felicidad que me proporcionan el saber de mi fidelidad y la certeza de la labor cumplida. Te alabo y te doy gracias por darme la oportunidad de ser tu servidor, gracias Señor, tú eres mi consuelo y felicidad.

Y tú querido oyente: ¿Cómo esperas llegar al final de tu vida? Y ¿Qué haces por tus sacerdotes?

Parábola para vivir. Del programa radial: “Con el Corazón de la Iglesia.” 6 / Julio / 2010.